
El límite entre EEUU y México es uno de los que origina más
mortandad entre los que intentan atravesarlo. Muy desconocido por el gran
público, unas 300.000 personas fueron detenidas intentando llegar a Estados
Unidos a través de la peligrosa orografía que separa ambas naciones (sin contar
los que lo lograron y los que murieron en el desierto o asesinados por mafias y
grupos de presión). De los más de tres mil kilómetros que componen la frontera,
más de un tercio se encuentran ya vallados. No es tema baladí para el gobierno
americano: siete mil millones de dólares (entre agentes fronterizos y
mantenimiento de la vigilancia) se desprenden del presupuesto nacional para la
causa. ¿Por qué soporta La Casa Blanca un gasto tan voluminoso en un aspecto
tan particular? Con unos cuantos datos todo resultará un poco más sencillo de
ver.
Estados Unidos cuenta a día de hoy con unos inmigrantes
ilegales, unos 12.3 millones (cifra que varía según el estudio que se cite).
Esta gran masa de gente no está documentada por el gobierno, no tiene papeles
de ningún tipo y se encuentran en una situación altamente complicada: no se les
reconocen derechos, son objeto de grupos racistas y ataques por parte de
diversos colectivos y suelen ser blanco de acciones policiales cuanto menos cuestionables.
Si bien con la administración Obama han mejorado en algo su situación, sus
condiciones de vida son difíciles. Sus formas de entrada son de lo más variado,
desde el cruce ilegal de las fronteras hasta papeles falsos organizados por
mafias. Muchos entran de forma legal, pero sus visados caducan y no son
repatriados o forzados a obtener otro.
Esta masa social, fuente de conflictos y problemas, ha sido
quebradero de cabeza para los gobiernos de Estados Unidos desde tiempos de
Reagan e incluso antes. Especialmente desde el momento en el que las
estimaciones de entradas irregulares superan a las regulares, desde principios
de siglo aproximadamente.
Se trata de una fuerza de trabajo que no puede ejercer por la
legislación estadounidense, que no reconoce derechos a las personas sin
papeles. Por ello, su única forma de ganar dinero con el que sobrevivir es
recurrir a trabajos de economía sumergida, al margen de la legalidad y en
condiciones generalmente poco agradables. Lógicamente, tener una masa tan
grande (se trata de un 30% de la población de España aproximadamente) en
situación precaria e ilegal es una traba para el crecimiento del país.
Ante este problema, son varias las teorías que se han
desarrollado: entre ellas, la del muro. Esta es defendida desde dos
perspectivas principales. Por un lado, la de Trump y el ala más conservadora de
su partido (que aboga por el rechazo y la deportación de estos colectivos, a
los que culpa de muchos males del país, entre ellos la criminalidad). Por otro,
una corriente en la que se encuentra el periodista Robert J. Samuelson,
defensor a ultranza del muro (entrevista en http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-37439553).
Esta defiende la regularización de los inmigrantes con una serie de condiciones
(por ejemplo, el visado electrónico y el mayor control del estado de residencia
y los permisos). De esta forma, defiende, sería más fácil mejorar la situación
de los que ya viven en el país y ser capaces de atacar los grandes flujos
migratorios irregulares.
Sin embargo, uno de los mayores peligros de regularizar a los
inmigrantes ilegales es el tan temido "efecto llamada". Desde
sectores conservadores (como ya han expresado repetidas veces miembros de
sectores derechistas y republicanos) se teme que se extienda el mensaje
"papeles y trabajo para todos", generando una corriente migratoria
que ni siquiera Estados Unidos en su conjunto sea capaz de asimilar.
El grupo de defensores del muro como cortafuegos a la
inmigración ilegal (que añade componentes de la América más conservadora y
tradicional) esgrimen el argumento de la balanza de pagos (diferencia entre las
exportaciones y las importaciones de un país, en este caso aplicada a Estados
Unidos y México) entre ambos países es de 60.000 millones de dólares favorable a México.
"No podemos permitir esta situación tan perjudicial para nosotros",
defendió Donald Trump.
Si se analiza más a fondo el programa republicano sobre
inmigración, solo se establece que "los inmigrantes ilegales que hayan
sido condenados por delitos graves o que pertenezcan a bandas armadas" son
los únicos que serán susceptibles de deportación (algo que ya se hace bajo el
gobierno de Barack Obama). Es verdad que este programa se ha ido moderando a lo
largo de la campaña, quizás por la necesidad de Trump de atraerse colectivos.
Pero no se puede obviar la complicada situación que estos inmigrantes ilegales
generan en el país y que debe ser, de una forma u otra, mejorada y
controlada.
¿Es el muro la mejor forma de controlar la inmigración en
Estados Unidos? Para millones de estadounidenses sí: sin embargo, no todos
comparten los pormenores del programa republicano en este aspecto. Entre otros
factores importantes, no muchos americanos de ese 36% pro muro cree realmente
que México vaya a pagar la faraónica obra. Resulta, cuanto menos,
"absurdo" en palabras de George Bush. También Peña Nieto, presidente
de México, se ha pronunciado al respecto. Algunos
tuiteros van más allá y comparan esta propuesta con la "Noche de los
Cristales Rotos" (uno de los muchos episodios sangrientos vividos por los
judíos durante el régimen nazi, por el cual fueron agredidos y rapiñados y
obligados a pagar la destrucción generada por los alternados de sus
bolsillos).
También genera discrepancias la idea de deportación masiva de
ilegales (que ha ido moderándose como ya hemos visto), o la propuesta de atacar
las "ciudades santuario" (localidades en las que el ayuntamiento
protege a los inmigrantes ilegales que no hayan cometido delitos graves, tanto
sus datos como su seguridad).
Por tanto, es importante reseñar que no solo los tachados de
"racistas" (a los que como se ha expuesto no responden a estas
razones) son defensores del muro. El muro es claramente una opción de prosperar
en el aspecto de la inmigración ilegal: no se trata de limitarlos, sino de
evitar en cierta forma la crisis humanitaria que se vive en la región
a diario. Puede que no sea la solución más políticamente correcta, pero quizás
sea la más efectiva. El tiempo y los estadounidenses dictarán el nuevo giro que
se dará con total seguridad en política migratoria, y que sin duda tendrá el
dinero como uno de sus factores principales.
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