sábado, 19 de noviembre de 2016

La Revolución de Febrero Rusa

(Post relacionado con el tema 1, geopolítica y economía).

  Aunque no sea tan conocida como la Revolución de Octubre, este hecho marcó sin lugar a dudas un antes y un después en la historia del mundo. De hecho, esta Revolución no fue sino el inicio de una guerra que acabaría seis años más tarde. Fue un conflicto realmente agrio, que ocasionó millones de muertos y que supuso la instauración definitiva de la URSS.


 Rusia estaba gobernada desde tiempos remotos por los zares (el equivalente a un monarca absoluto europeo). Tras varias etapas de prosperidad, a lo largo del siglo XIX el Imperio se fue hundiendo poco a poco en innumerables crisis y conflictos: el verdadero problema residió en el atraso tan marcado que padecían en muchos ámbitos y que suponía un verdadero lastre. Con una economía basada prácticamente en la agricultura de subsistencia en muchos casos, la precariedad en la que vivía una gran parte de la población chocaba grandemente con los zares.
 Frente a estos se desarrolló una oposición muy nutrida, integrada por todas las facciones imaginables: desde socialistas hasta liberales, pasando por anarquistas, progresistas y grandes facciones del ejército. Llegó un momento en el cual era cuestión de tiempo que alguna de las conspiraciones contra la zarina Alejandra, el zar Nicolás II o el propio régimen tuvieran éxito. Tras la brutal represion de las tropas imperiales sobre la manifestación de 1905 (el llamado Domingo Sangriento), el odio hacia los zares por parte de la oligarquía y la burguesía media se incrementó: a la vez, se produjo un movimiento de lss fuerzas de izquierda revolucionaria, comandada por Lenin.
 En 1917, la situación era verdaderamente insostenible: el zar se encontraba entre la espada y la pared, ya que había perdido el apoyo de la Iglesia Ortodoxa, la aristocracia, el pueblo y el ejército. Sobre todo era la inflación desatada la que hacía pasar hambre a los rusos; estos tenían que elegir en muchos casos entre comer o no pasar frío. Muchos se vieron condenados a la indigencia, a la precariedad y a la falta de trabajo. Esta situación se traspasó de los campesinos a los obreros industriales, sobre todo al sector armamentístico. El frío, la guerra y el racionamiento de alimentos impuesto por el zar generó aún más sufrimiento al pueblo.
 Es también un detalle muy importante la identidad de los enviados al frente; aparte de dieciséis millones de hombres, los principales oficiales leales al régimen fueron destinados a los diversos frentes, quedando al mando oficiales jóvenes, de escasa instrucción y en general cercanos al descontento popular. Por eso, la rebelión era inminente; sin embargo, como suponía la policía secreta, era la ausencia de un líder lo que la retrasaba. no hay que olvidar que muchos revolucionarios estaban encarcelados o exiliados (Lenin, Trotski, etc). Además, la composición de un ejército mal armado, sin formación e integrado por campesinos obligados a combatir era una de las causas de las sistemáticas derrotas que sufrían a manos de los alemanes y que fue utilizado como arma propagandística contra el régimen.

 En resumen, se trataba de ver qué signo tendría la sublevación; por un lado, la vía reformista, apoyada por la burguesía rusa.  Por otro, la revolucionaria, extendida por las capas populares.

 En febrero, las manifestaciones en contra del zar aumentaron su número y su violencia, con la diferencia de que esta vez el ejército y las guarniciones de cosacos hicieron poco o nada por detenerlas; parte de la policía se sumó a la protesta. Sin líder, de forma espontánea, miles de obreros y amas de casa se levantaron contra el régimen, exigiendo el fin de la guerra y la caída de los zares.

 Las enormes manifestaciones generadas en Petrogrado durante el día ocho de marzo, sin embargo, ocasionaron simpatías de muchos militares. Al día siguiente, más de ciento cincuenta mil obreros se levantaron en huelgas a lo largo de toda la capital rusa; estos simplemente pedían pan y el final de la guerra, y fueron por ello respaldados en muchos casos por los cosacos, que los escoltaron por toda la ciudad. Poco a poco, durante los días siguientes, la policía se reveló como el único cuerpo afín casi en su totalidad al zar. Los obreros ocuparon las fábricas instigados por los bolcheviques, y poco después los cosacos se sumaron (como era previsible) a la revuelta.

 El zar se hizo con el control de la situación, negando cualquier tipo de diálogo con el colectivo revoltoso; pese a los consejos de los altos mandos de las fuerzas de seguridad, ordenó disponer baterías de ametralladoras y vehículos blindados para detener una posible subida de tono de la revuelta. El miedo que de verdad se extendió entre los partidarios del zar y la alta burguesía fue el fantasma de la revolución. El zar volvió a intervenir, subestimando su debilidad y disolviendo la duma hasta abril. Le dio poderes dictatoriales al general Ivanov, al que envió multitud de tropas del frente; entre ellos a los Veteranos de San Jorge, los que se presuponían más fieles al zar. Estos, sin embargo, se negaron a disparar contra los civiles; para agravar la situación, los encargados de los trenes que deberían llevar a los soldados del frente a Petrogrado los devolvieron al propio frente para favorecer la revuelta.
 En la capital, el estado de las tropas era cada minuto más peligroso para los intereses del zar. Muchas divisiones se armaron y sublevaron, entregando armas al pueblo y los obreros. Los altos mandos de la defensa paralizaron el envío de tropas del frente por miedo a que se sublevaran y se unieran a la revuelta, como ya habían hecho muchas unidades. En apenas unos días los revolucionarios tomaron Moscú y diversas zonas de la capital. El naufragio de las tropas zaristas supuso el avance de la revolución hasta un punto en el que la monarquía parlamentaria que pretendían muchos aristócratas era ya imposible.
 El zar, hostigado por el ejército, el pueblo, la guerra, la crisis y la sublevación de las tropas, se vio obligado a abdicar, intentando que su hermano recogiera su corona; este se negó, abriendo una etapa nueva en Rusia que desembocaría, pocos meses después, en la Revolución de Octubre y la URSS.
 Supuso también un nuevo giro a la I Guerra Mundial, además de un precedente para otras sublevaciones obreras y populares en los años venideros. Aunque la caída del zar era algo inevitablke desde hacía tiempo, fueron quizás su estrechez de miras y su negativa a realizar concesiones políticas lo que aceleró su fin. Rusia quedó abocada a un gobierno presidido por el conservador Lvov, que incumplió sus promesas y fue depuesto por el progresista Kérenski en verano. Lo que hubiera pasado si el zar hubiera afrontado la hostilidad popular de otra forma, queda en el terreno de conjeturas.




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